14 mar 2011

El coleccionista de colillas. Capítulo 3


¿Cómo soportaba el trasiego del tiempo el coleccionista después del trabajo y antes de salir a pinchar las colillas? Clasificando colillas, tirando colillas, indagando el porqué unas estaban más gastadas que otras, cavilando las historias que las llevaron al suelo. Semanalmente hacía limpieza. No las guardaba más que siete días. Con las excepciones de las procedentes de la maestra rubia y otros casos especiales. Las metía en urnas de plástico. Una urna grande contenía siete pequeñas cuadrículas. Los días estaban divididos con su letra inicial en el fondo de cada una. Comprobaba la evolución de las colillas conocidas, como por ejemplo las de la pareja que discutía. Había supuesto diferentes escenarios causales de las peleas. Las semanas en las que las colillas de ambos estaban más fumadas, pensaba que las peleas eran más graves. Si estaban fumadas a la mitad del cigarro, significaba para él que su relación iba mejor, con menos ansiedad.
No se atenía a ningún estudio científico. Carecía de formación básica más allá de su educación escolar. La vida había sido su colegio mayor. Desde la perspectiva de lo que aprendió en el gran colegio, elaboraba su hipótesis: las colillas eran espejos del ánimo. La pareja formada por el hombre y la mujer combatientes nocturnos le valía como un grupo digno de experimentación para su teoría. Coincidía que, los días que los gritos eran más fuertes y nerviosos, las colillas estaban más que terminadas. No obstante, los días en los que no había gritos de discusión sino de risa y se juntaban contra la pared en abrazos y besos, los cigarros tirados estaban consumidos menos de la mitad. El coleccionista se regocijaba por la demostración empírica de sus concepciones psicológicas.

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