27 nov 2010

Ensoñación

Finalizó el turno de cocina. Toda la comida que había fue puesta sobre la mesa de los comensales y ya era tiempo de limpieza. La columna vertebral clamaba por el descanso al par de horas de ajetreo culinario: ingredientes acá, allá; horno en ebullición permanente; cubiertos por doquier… Me sostuve en la encimera, resguardando la nuca ante el peligro de otro golpe despistado con la cabeza en la esquina de uno de los armarios.

–Si quieres puedes ir a sentarte al salón con los demás. Yo me quedaré aquí esperando a que salga nuestra pizza– le dije. Había preparado una comida especial para nosotros. Lo teníamos pactado; se lo había prometido algunos días antes: –Haré algo sólo para ti y para mí –avisada pues, estaba. –No, tranquilo. Me quedo aquí– respondió con su español dulcemente afrancesado. Se quedó a mi lado, en la pila, lavando los platos sucios. Sonreí agradecido su amable complicidad.

Mientras limpiaba la observé. Sin apenas destreza, con parsimonia, frotaba los platos y los colocaba en la parte del fregadero dedicada a las recién enjabonadas piezas usadas de la vajilla y cubertería. Llevaba una camiseta blanca de tirantes y un sencillo vaquero. Con descaro le contemplaba la figura y con desazón me arrepentía al instante de tan mal considerado atrevimiento cobarde. Y volví a fantasear con bailar junto a ella como aquella noche en las tinieblas del tugurio; y perdí la consciencia de mí mismo; y volé por dentro; y le confesé en el ensueño:

Orbitar sobre cada perfil de tu silueta,
recorrer sin tocarte las líneas de tu cuerpo,
aspirar de tu aliento,
dormir en tu vientre...
Yo quiero.

Y al desenlace de la noche, poco antes de marcharme, apodamos a nuestro pequeño compromiso uniendo el principio de mi nombre y el final del suyo.

21 nov 2010

Tres palabras

Leía para conciliar el sueño, para atraerlo a mí ya que tanto lo ansiaba. Recostado sobre la cama apoyaba la espalda con el cabezal y leía con el libro entre las piernas articuladas y el abdomen. El teléfono sonó: mensaje recibido.

–¿Qué pasa?– musité… La literatura cayó con cada letra impresa en el libro. La tinta emborronó las páginas tiñendo de negro la superficie de su líquido recorrido. –No hay historia. Ha desaparecido. Voló. No hay historia contenida en seiscientas o mil o un millón de páginas que pueda conmover mi oxidada armazón si sólo tres palabras cavan tan hondo mi corazón–respiré.

–Me ha nombrado, se acordó de mí y me describió lo que soy yo para ella. ¡Calma, calma! No, no ha lugar a la contemplación, al pensamiento, al suspiro reflexivo. ¡El amor golpea y no lo hace dos veces! ¡Levántate! – me exigí. – ¿Qué hacer?, ¿qué sentir?, ¿qué es esto?, ¿por qué la añoro?, ¿por qué quiero abrazarla?, ¿por qué necesito estar con ella?, ¿por qué soy feliz sufriendo si todo esto es una farsa, una proeza inalcanzable, un deseo imposible?... ¿Sentirá algo por mí?, ¿ha nacido en ella un sentimiento similar? –. Moría levemente al compás de los interrogantes. Encendía y apagaba la pantalla del aparato para comprobar la certeza del mensaje, de que había llegado, de que yo era el destinatario.

Me rasqué con saña la frente a través de unos dedos encarnizados de tensión. Me dolía el silencio atronador de la habitación. Y repetí; repetí la frase; las tres palabras que hicieron parecer que la vida merecía ser vivida; con ella para siempre: “Mi pequeño Koke”.

17 nov 2010

La fortaleza invisible

Las horas corren en el devenir de las distracciones. El estudio se hace precipicio de necesidad para la evasión; las distracciones llueven e inundan esas horas. El Sol proyecta desde su trono la luz y se aleja en las alturas celestes cuando mi pequeña fortaleza de madera sostenida en grises patas implosiona sobre mí acumulando presencias extrañas a lo largo y ancho de la sala.

–Evasión– decido. –Aire– quiero. Escapo del edificio introduciendo las manos en los bolsillos; sin pestañear he atravesado el portal y las escaleras. Los pájaros revolotean, juguetones, en los árboles. Son los únicos que quizá percibieron mi cercanía intrusa. No les molesto; les busco entre las ramas.

Apoyo la cadera y la pierna izquierda contra una pared. –No hay sombra que me cubra–. Me desplazo y repito lo mismo; ya no he de cerrar los ojos para adaptarme a la insidiosa luz. El tiempo vuelve a correr desde mi nueva fortaleza. Una mujer, un joven con urgencias, dos amigas, cuatro mujeres andando simétricas al cuatro de un dado, una chica valiente, han cruzado mi perspectiva. Nadie me miró. Parecía como si la frontalidad fuera la única opción para sus obedientes ojos… Pero conocían mi paradero, sabían que yo sí les miré. A todos miré. Todos prosiguen su camino conscientes; pues su extrema frontalidad visual les descubría; de que les observaba de brazos cruzados adherido a aquella pared.

¿Cuál es la sombra que me oculta?, ¿hay una sombra que me cubre?, ¿de qué color es la sombra que me niega la existencia para los demás?... ¿Acaso somos todos seres ensombrecidos?.

Vuelvo al encierro. El círculo mural de mi fortaleza invisible mengua como la voluntad de continuar estudiando en esta biblioteca cúbica. Son las doce y media de la mañana. Me siento en la silla y aparto con desgana tantas páginas inútiles.

Nueva desviación ilusoria: sueño con la comisura de sus labios.

5 nov 2010

No existe el amor más allá

El Sol irradia sus últimos latidos y acude a refugiarse en el lecho del horizonte. El último rayo se cuela entre nosotros. Mis labios, sus labios. –Adiós para siempre. Me encantó conocerte. Acudo con cortesía a la despedida inclinándome hacia su izquierda, mi diestra. Ella imita. –No, por aquí no, si ella me ofrece el lado contrario que buscaba –pienso–. Desvío, sorprendido, el rumbo de mi cuello y doblo para encontrarme con su diestra, mi izquierda… Se detiene y me enfrento a sus ojos. –No –le dije–. –No existe el amor más allá del verano. Me palpo con dos dedos los labios y los poso sobre una boca en la que mueren dos gruesas gotas de llanto. El viento azota con fuerza la arena mientras la distancia crece paso a paso. –No existe al amor más allá del verano. No existe el amor más allá del verano. No existe el amor más allá del verano…