15 ago 2011

Arrastre

Me arrastro por las aceras, tras los pies. He decaído tanto... No me soporto. Todo me hace enmudecer de vacío. Me postro frente a las adversidades por las que soy conducido a la dejadez y la pereza. Tengo inquina a levantarme. Tengo inquina a la vida. Vivo porque no tengo otra cosa mejor que hacer.

8 ago 2011

El adiós del soldado

Mi amada, luz de mi corazón: a ti honraré mi sacrificio si mi aliento claudica en la batalla. No llores por mi destino, alma mía, tus penas debilitan el fuego de la victoria y pliegan mis brazos sobre el suelo del hogar que al partir añoraré. Eres y serás mi aliento, amada mía. Eres el presagio que me devolvió al sendero de las brillantes estepas. Con tus ojos como guías y tus consejos dignos de la mismísima Minerva, la preclara. Tus sabias palabras hervirán en mí como dagas del infierno. Juzgaré a los enemigos de esta guerra con tu instinto. Les golpearé con mi espada como si en la empuñadora llevara uno de tus rizos negros como la noche antes del alba. Si hubiere soldado que quisiere arrebatarme el corazón para posarlo en las raquíticas manos de la Muerte, con la embestida de diez hombres habrá de acometerme para no yacer en la hierba que sus compañeros regarán con sangre. ¡Oh! ¡Mi reina! Los dioses me llaman a la gloria. Roma ha solicitado mi sangre para luchar contra esos bárbaros de Tracia. Roma es la gloria, amada mía. Combatiremos por el Emperador, por el Imperio, para hacer un mundo más justo; para eliminar las hordas de villanos que colapsan de cadáveres nuestras montañas. Juro por Júpiter que los tracios regarán de lágrimas y sangre las tierras que nos han robado. Los romanos vamos a morir por nuestras mujeres y por nuestros hijos, para que en el futuro, el pecho se les hinche de orgullo al relatar nuestras hazañas. ¡Amada mía! La batalla no será un trabajo sencillo. Muchos hombres caeremos en la arena por alcanzar los propósitos que Roma nos ha encomendado. Mi cuerpo es carne de flecha, de puño y de espada. En el torrente; en el fragor de la batalla, puede que mi corazón deje de latir. Y vertería mi sangre lejos de la morada donde fui un hombre feliz. ¡Que los dioses no lo quieran! La Muerte no entiende de armaduras ni escudos. Seré tan frágil y mortal como un esclavo ante los caprichos de su señor. No habrá hierro que me salve de una espada que me penetre las costillas. He aquí, ante este hipotético y tan posible destino cuando dejaré de ser un hombre. Mas no ocupa mi mente el momento en que se me escape el alma, sino el terror de no ser tuyo para siempre. ¡No serán tan crueles los dioses si fueron ellos quienes nos unieron! ¡No lo serán si contemplaron el parto del fruto de tu vientre! ¡La estrella más hermosa del cielo! Cuida del primogénito, de esa dulce criatura que tantas noches nos ha despertado. ¡Por Apolo! Agradezco todos los amaneceres a tu lado después de prodigarnos en el amor… Agradezco la noche que entré en tu cuerpo para sembrar nuestra pequeña maravilla. ¡Mi señora! Que los dioses os protejan en mi ausencia. Que los dioses te hagan menos sufrida la espera... No te aflijas si me retraso demasiado. El pequeño es ya tan astuto que puede percibir tus pensamientos. Haz que piense que sólo estaré fuera por muy poco tiempo. Que llegaré tan pronto que no creerá que me fui; que no creerá que estuve matando a otros hombres. Cántale los poemas que yo mismo le canté mientras dormía, para que me tenga presente. Bésale la suave piel cuando beba de tus pechos y hazlo de forma que parezca que yo también le estoy besando. No le beses rápido, sino fuerte y pausado, como yo lo hacía. Sean cuales sean las nuevas que los mensajeros porten, cuéntale cuánto le quiero y prométele que volveré. Late en mí su corazón y nuestros dos corazones juntos serán siempre más valientes que el mío en solitario. ¡Por todos los dioses que regresaré! Como el destino me depare, pero volveré a vuestros brazos sea a pie, tumbado en un tablón de madera o cabalgando a los lomos de Pegaso, en la forma de un sueño. ¡Amada mía! Júpiter ya me quema el rostro desde el horizonte. Adiós, mujer. Ora por mí y por mi fortuna. Es la hora de enfrentarnos a las garras de la Muerte. Es la hora de Roma y de sus honorables soldados.

1 ago 2011

Interdimensional


Qué feliz soy. Voy a explotar de alegría. La fortuna me sonríe aquí y allá, en todo lo que hago y en lo que me dispongo a hacer. La fuerza de mis sonrisas rebota en las paredes, en los suelos y en las nubes. ¡Cómo me gustaría ser tú! Siempre tan armonioso, nutriendo de goce a quienes te acompañan. Me lo dicen todos mis amigos, sin envidias, pues esta felicidad no se envidia, sino que se admira. Un lujo que, compartido, es aún más placentero. Diría que más digno, también bello y honesto, pues en mi felicidad comunico con todo lo tangible, y lo imperceptible me habla sutil, como el silencio de los gorriones. El mundo de mi felicidad me llena, rebosa todo. Soy el dueño de un elixir eternamente cuestionado. Cómo obtenerlo, cómo perderlo. ¿Es inmanente al ser o es sólo artificial? Tal vez sea ambas, porque puede que hayamos nacido con él y que el tiempo para unos lo haya convertido en camino, razón de vida y para otros en cuento de cigarras, hormigas y brujas para que al final todo sea una moraleja de lo que vivieron. ¡Qué me importa! No lo sé. Soy feliz y puedo demostrarlo, porque todo me sale bien. Las mujeres me saludan, los niños quieren jugar conmigo y siempre tengo cosas interesantes que hacer. Mi mente ocupada y el ego adscrito al amor de una princesa. Ella y yo hacemos el amor en la plenitud de los espíritus libres y nos quedamos dormidos juntos, con su mano en mi pecho y mis labios besando sus cabellos. Y mi nariz huele su piel y su presencia...
Hay quien dice que las mejores historias nunca ocurrieron, que fueron inventadas por personas que, en su búsqueda de la felicidad, imaginaron saltos interdimensionales para soñar realidades lejanas de sus realidades ingratas. Los hombres como yo somos los autores de esas historias. Porque no nos llena más que el sueño de creer en dimensiones paralelas. No tengo otro sueño que ser otra realidad distinta y no la que soy. Soy la representación de un vacío. Un espejo roto. La espina mayor de una zarza. Saltaría a la dimensión que antes escribí con los ojos vendados, pero no puedo porque no existe imaginación tan prodigiosa. Millones de clavos me impiden despegar de este espacio de cuatro paredes y puerta gigante.
Podría pedir ayuda pero eso es de cobardes. De inútiles cobardes. Porque siempre me dijeron que lo que ves es lo que hay y me quedo siempre sin palabras. Me dejan sin argumentos con la franqueza de la cruda realidad y el testigo de los hechos. No puedes seguir así; estás perdiendo el tiempo; la vida está ahí fuera; parece que estás hibernando... Me acusan a la mínima ocasión y me recriminan que dejé de ser el que fui. ¿Quién fui?, ¿he cambiado tanto? respondo si no quedé paralizado. Sabes lo que tienes que hacer...¿Qué?pregunto yo. Se sorprende quien me aconseja. Espero paciente a que me explique lo que tengo que hacer, anhelante, pensando por qué ya me lo había dicho antes y por qué le ignoré. Y se me queda mirando, envenado de rabia, señalándome detrás del espejo: ¡Despierta!