31 mar 2010

Cataratas del Niágara congeladas

Con tres años de edad se pueden recordar las cataratas del Niágara congeladas. Un primer recuerdo de fantasía para el infante testigo. Si yo tuviera un recuerdo así lo guardaría bien encerrado en la memoria. No tengo recuerdos de infancia así. No estuve en Canadá cuando tenía tres años. Si piso Canadá será por un entrecuce de espirales del destino. Unas cataratas congeladas. El agua sin manar, no fluyendo, quieta. La potencia del frío intoxicando la naturaleza del agua. Hielo. Sería un primer recuerdo maravilloso.

Hasta qué punto recuerdo, desde dónde empieza mi vida recordada. Mi memoria escrita comenzó con luces y lloros. Puede que sea ése mi primer recuerdo: mi fragilidad de bebé haciéndose el dormido en la cuna, acoplado y llorón en el cuarto de mis padres. Llorando si la luz apagaba, callando si encendía. Y la tela pintada de flores sobre un fondo verde cubriendo la cuna de los barrotes.

Nunca veré las cataratas del Niágara congeladas. Ojalá ese fuera mi primer y único recuerdo.

25 mar 2010

Grises días, mañanas de escondite

Otra vez el día gris. Otro día más luce el cielo el manuscrito gris de las nubes. Menos días de sol. Muy pocos, ninguno en la retina reciente. Recuerdos de grises tonalidades son los días pasados.

Yo me quedo aquí, otra vez. Al abrigo de las espaldas de quienes atienden una charla sobre Europa. Lo prefiero así. Quedarme escondido haciéndome el entendido, haciendo el papel de estudiante que toma notas. Una fila entera para mí, sin compañías conocidas. Ni extrañas.

Al cobijo de la mesa vacía puedo ojear a los que me rodean en una lejanía próxima. De reojo compruebo sus posiciones. Hay quien plancha sus mejillas con la mano, entrecerrando los ojos sobre el papel, o sobre la pared de la pizarra. Los hay quienes agitan la pierna cruzada...

Una vez más, otro día, noto como la abulia me roba el aliento. Se lleva cualquier resquicio de talento que pudiera tener. Roba restos de mí la abulia a pedazos por día.

Blanco y gris. Así se ordena el cielo arriba y abajo. Parece una barra de helado insípido. Como todos los días ese helado. El sabor gris de la vida y de los días.

24 mar 2010

Cristales rotos a puñetazos

Cinco minutos después de mi debut como bloguero anacrónico, ya comencé a tener impulsos agresivos. Fue una minifuria anticristalina. Todo aquel material que fuera espejo sería objetivo de mis golpes despiadados. No importaba si las venas quedaban en el camino. Tampoco le prestaría excesiva atención a los hilos de sangre que, en caída libre, deslizándose bajo las telarañas de los cráteres en el espejo, pintarían de rojo su reflejante superficialidad.

La agresividad amainó fugaz. En un destello, el dios del sueño procedió a seducirme. Las ideas también amainan, descubrí. Como las tormentas. Buenas o malas, las ideas se sostienen del mismo travesaño que los rayos, las nubes.

Aún, veinticuatro horas después, no sé qué quería destruir anoche: espejos o mi vida.

23 mar 2010

Para empezar

Si bien supiera el motivo que me incita a escribir, ahora mismo sin dilación lo expondría. Mas como ni yo lo conozco, no me paro a contar una mentira.

El anonimato, mi nombre, soy sugerido así: Anónimo. ¿Por qué? Porque soy Anónimo, aunque los datos registrados en los ordenadores gubernamentales digan de mí. Ni creo ser nadie, ni quiero serlo. No quiero que me llamen por mi nombre, me ponen nervioso cuando me lo preguntan. Dar la mano y contestar a esa pregunta delatadora: -¿Cómo te llamas? Yo ........ ¿y tú? En antepenúltima instancia dos besos siguen a la respuesta o un apretón de manos. Antepenúltima esta fase, por qué (cuántos porqués llevamos ya en 9 líneas) pues es la que precede al interrogante siguiente, que con la mayor probabilidad será sobre los orígenes de tu viaje, de tu actual ubicación, de tu vida en general, si de verdad el interlocutor tiene ganas de hablar contigo (pregúntate qué le mueve a conversar) por ahí girará la conversación. Me enredo demasiado, soy consciente, cree ésto.

Tampoco escribo pensando demasiado. En 10 segundos se me pueden ocurrir 10 caminos diferentes para seguir ensayando, o 10 caminos para terminar, incluso 10 caminos que me incitan a borrar lo que me está costando la vida escribir. Sé que no soy nadie y no sé escribir ordenado. Tengo tan claro que no creo a Descartes ni a sus defensores que, sin dejar de reírme para mis adentros, acepto que no tengo ni puñetera idea de escribir.

Termino ya. Sin más dilaciones. Toca la última fase del saludo, a saber, la despedida (mi parte favorita de todo encuentro casual o acordado). Adiós.

PD: Si te preguntas quién soy, te convertirás automáticamente en un confeso cartesiano. Así que, búscate otra cosa que leer.