28 feb 2011

Arco ojival


El arco ojival,
punto límite de mis pernoctaciones
para mezclar la sangre y el cuerpo
en una lengua de beso.

Una entrada a ti, a tus huesos,
coronada de ti en un bosque inabarcable
que acarician los hombres con sus dedos
con realismo crudo de carne y goce,
manipulando el verso verdadero.

En los cipreses abundantes de flores de piedra,
me aflijo en la escultura de tu sexo inaccesible,
y en las hordas de suplicios de la liturgia del destino
mis entrañas yacen con heridas de cuchillo.

27 feb 2011

Ella volvió


El balcón fue mi cabina de aislamiento para la primera parte de la noche. El aire templado se introducía entre los poros de mi piel. Respiré profundamente aquel aire. Mientras la multitud se amontonaba en la casa, yo valoraba mis posibles salidas de aquel infierno. Un punto de fuga en el horizonte: un barco. Quisiera haberme teletransportado hasta allá y haber emprendido una travesía interminable por los mares más bravos. –Me chupó la polla y yo le chupé el coño. Lo esperaba, sabía que había sucedido. Mi sangre fue llamarada en aquel instante. Vapores de miles de grados obturaron mi cabeza. El estómago se convirtió en una olla de vómito. Imaginar sus relaciones sexuales aceleró mi desesperación. Ella había vuelto a hacerlo. Él lo corroboró. Me debí precipitar contra el suelo. Un suicidio rápido e indoloro terminaría con este valle de cuchillos.
No podía hacerlo. Le tengo mucho respeto a la muerte todavía. Aunque ella hubiese vuelto y no dejara de planear cómo quitarme la vida, tenía que forjar mi corazón ante la embestida que me supuso abrazarle de nuevo. Evité, como bien pude, mirarle durante toda la fiesta. Gracias a una amiga pude soportar el tiempo que permanecí aquí. Le debía tanto a mi amiga del alma que no podía marcharme el último día que estaríamos juntos. No me perdonaré jamás cómo me despedí de ella. Nunca me perdonaré sus lágrimas en mi hombro porque me iba; ni tampoco me perdonaré haberle mentido de forma tan calculada. Ella apareció cuando nos abrazábamos por última vez. Él también llegó y me preguntó qué ocurría, que parecía deprimido… Nunca le contaré la verdad. Nunca le diré que él era un actor fundamental dentro de mi tristeza, sólo por haber conseguido lo que yo nunca podré alcanzar: ella. Ella se acercó a mí mientras abría la puerta del ascensor, me dio dos besos. Con mi amiga del alma y con él intentando consolarle, el ascensor se cerró. La vi por última vez. No tenía ni idea cuánto me había hecho sufrir. Ella era un sujeto inocente de esta historia, no tenía culpa de nada. Pero yo la odiaba porque con ella cerca no podría estar más tiempo con mi amiga del alma… porque aún la amaba.
Quise llorar tan fuerte como mi alma pudiera hacerlo. Nunca me perdonaré no llorar porque quizá nunca más vería a mi amiga del alma. Me prometí, en aquel banco donde me senté acuchillado de rabia, que jamás amaría a nadie durante el resto de mi existencia.

22 feb 2011

Contra ti, el universo y yo


El universo,
cascarón de lino quebrado por ti,
circula alrededor de ti y yo secundo su giro.

La danza agónica que recojo,
termina en el infinito palacio de pecado
que de ti deriva.

Como flor de hierro que tú eres,
el universo te sospecha y teme
en el centro que tu baile tuerce.

Pequeña mirilla de la vida inaccesible,
el universo idea cómo escapar de ti
y de tus pómulos rojos.

Hermanos de universo somos por ti aliados,
contra tu existencia de sangre venenosa que renace la fe,
contra vivir contigo el mismo tiempo de éxtasis envenenado.

18 feb 2011

La prostituta de la hoguera


Las ascuas coronaban las hogueras, pequeñas nebulosas de fuego y madera. El polígono se había convertido en un safari de furtivos. Las presas calentaban sus miembros desnudos al son de los fuegos y las pieles amigas. De pie o sentadas, aguardaban a los cazadores sobre las mismas cenizas de hogueras anteriores. Los vehículos rodaban lentamente. Las ventanas se abrían y preguntaban el precio. El sexo es el producto y lo era cada noche. El mercado de la prostitución tenía una oferta siniestra de variedades: africanas, rumanas, búlgaras, latinas… Cientos de mujeres se disponían cuales piezas comestibles en el buffet poligonal. La edad era baladí. Qué más importaba una vagina de trece años que una de cuarenta. Los cazadores o depredadores urbanos no tienen nunca compasión con las edades y las procedencias. El pelaje o el marfil de éstos se cobra en penetraciones, felaciones y eyaculaciones. La ley del dinero también llega al polígono. Los mejores depredadores (los más acaudalados) cazarán a las mejores presas (las más caras). Hay desequilibrio si un pobre depredador obtiene la carne de una buena presa, pues éste habrá de morder hasta los fondos profundos de su cartera para pagar la cuenta. La calidad se paga: mujer fea es mujer barata, mujer hermosa es mujer cara. Las prostitutas tienen jerarquías dentro del gremio depravante.
Noche de celebración. Noche diferente. Fuimos cazadores por una noche. Barrimos las avenidas y situamos a las putas en coordenadas. Íbamos igual de furtivos que otros tantos: pausados, observadores. Ellas no tenían reparos en atravesar la carretera como modelos de lencería, pero sin cámaras, sin música, sin crítica de moda… sin expresar signos de vergüenza. Saludaban, nos lanzaban besos al viento soplados desde la palma de sus manos. Entre risas preguntamos por algún servicio. Éramos depredadores pobres.
Llegamos al desvío principal. Allí estaba la puta solitaria. Allí se erguían las llamas más elevadas. Bajo un puente en construcción, la prostituta esperaba desnuda. Blanca, pechos medianos, pelo negro y corto, negros ojos. Bajamos la ventanilla. Se nos acercó: –¡Hola guapa! Pero… ¿qué haces tan solita ahí?, ¿no tienes frío? –le dijo uno de los nuestros. –No, estoy bastante calentita. –¡Vaya! ¿Eres española? –Españolita, sí señor. No quise mirar. Le pedí al que conducía que arrancara porque no quería verla de cerca. Me parecía un acto degradante lo que hacíamos. En medio de la conversación, nos mostró sugerente la lengua y empezó a pellizcarse los labios de la vulva. Los extendió mucho dejando ver el hueco de la vagina. Miré a otro lado. No era nada agradable comprobar los límites de la degradación a la que se sometía ella misma. Arrancó el coche.
–¿Por qué no la has mirado? ¡Es su trabajo! –me explicaban burlándose de mi actitud, no lo comprendían. –Trabajo –pensé en voz alta. Para mí era una persona que se apagaba. Era una muerta. Era ceniza en vida. Su futuro estaba entre el fuego de su hoguera gigante. Ella sería virutas de ceniza entre la madera que crepitaba. Giré. Un coche se había parado en su sitio. Una mano sacó un billete por la ventana del vehículo. Ella dejó rápidamente el palo con el que movía los tablones en el centro de la hoguera, se amasó el pelo dulcemente y desfiló para el recién llegado cazador.

17 feb 2011

Diario de un día


El reloj estaba programado para sonar a las 9:15 de la mañana. No dormí hasta que fueron las 7.30. Sonó el despertador a la hora prevista y lo apagué. Me levanté oficialmente a las 13:46. Antes me hubo despertado mi madre, como de costumbre los días libres, a las 12. Bombardeó mi cabeza con advertencias y quejas. Habló de un ultimátum. Si no hacía algo, pasaría algo también. La “m” de la sílaba final rebotó en mi cráneo, cual canica. Fue uno de esos días que, de antemano, sabes que no va a tener nada que merezca la pena el sacrificio de alzarse del lecho, aun esté el mismo sudado y desordenado tras un violento descanso y quedarse tumbado en él sea una parábola ejemplar de la pereza.
Ordenador. Prensa. Comer. Universidad. Vimos dos documentales en clase: uno sobre los inmigrantes sin papeles que quieren cruzar el estrecho. El otro versaba sobre la menstruación. Ambos eran buenos. Me gustó más el segundo. No era un documental a la usanza. Narraba las perspectivas sociales del ciclo menstrual, de sus motivos biológicos, de sus significados… y hasta desarrollaba una perspectiva poética: la mujer como fuente de vida, como ser misterioso. La mujer y la Luna como hermanas gemelas. Si por algo me gustó fue por ésto. Yo también concibo desde hace tiempo a la mujer como algo más que la mitad del género humano. Siempre he pensado que hay algo de magia en ellas: pueden ser tan cercanas y tan distantes; tan inteligentes como irracionales… Hay mujeres que huelen tan bien que siembran el olor; de una forma tan arraigada que acabas soñando con él. Hay agricultoras que nunca conocerán hasta cuánto se puede extrañar su olor.
Casa. Necesité aire. Una Luna pálida me animó a salir. –Allá voy –le dije. Pedaleé con ahínco. Fue un paseo muy activo. También fue peligroso: tres personas se cruzaron cuando más aceleraba. No perdí el control de la bicicleta milagrosamente aunque pude en una de las veces regar de sangre el asfalto. Seguí adelante. Tomé la recta larga; mi favorita. ¿Podía ser el cielo negro y azul a la vez o era sólo una visión de las mías? No. Lo vi perfectamente. La Luna había ganado al Sol la batalla del brillo. El combate que libraban la gran roca y el inmenso diamante cayó del lado de la humilde piedra. Desde mi rincón predilecto de la playa contemplé ensimismado a la victoriosa Luna. Puede que exagere pero… aquel cielo era demasiado hermoso para ser 17 de febrero. No podía ser una coincidencia que, donde me senté, la Luna proyectara justo sobre mí su luz en el mar. Imaginé que estaba unido a ella en un ángulo recto.
Pedaleos. Retirada. Me asaltaron algunas dudas. Tenían un paralelismo con la Luna… ¿Podría inventar un lenguaje que expresara con la máxima precisión, belleza y poesía los sentimientos? Manejo la idea desde hace unos meses de que las palabras se quedan pequeñas para manifestar las emociones humanas. ¿La palabra “suspiro” describe por completo la causa, la consecuencia y la naturaleza de esta conmoción? Mi lenguaje no se escribiría con las grafías occidentales. Pensé que tampoco las orientales servirían. Creo que no hay ninguna válida en este mundo para transcribir mi lenguaje. La comunicación está terriblemente limitada, concluí. Las palabras tienen una dimensión atómica cuando se trata de sentimientos. Atómico… Esta palabra hubo aparecido antes en mi mente, cuando me enfrentaba a la Luna. Sí, la pensé. Yo también soy un átomo del universo. También pensé en si podría explicar la existencia de Dios la onda producida por el impacto de una lágrima de lluvia sobre aquel charco del borde de la carretera.