11 abr 2010

Tarea antes de dormir

Antes de rendir los párpados a la voluntad del sueño tenía que hacer algo como esto. Sacrificar unas horas de sueño aunque mañana sea domingo y no piense levantarme temprano. Tenía que rendir culto a la tarea de crear algo, aunque fuese una bola de estiércol. Y en eso voy y vengo con las teclas.

Ahora se me ocurre teclear primeras palabras. Bah! Qué más da. Cinco segundos se me quedó la mente en blanco. Menudo ejercicio estúpido. Arañar con las uñas las teclas, ladear la cabeza. Suena fuerte el sistema de ventilación del ordenador. ¿Ahora qué? No quiero leer antes de dormir porque mis ojos no sobreviven al dolor de las gafas con las que han vivido desde que se abrieron a la mañana. Al mediodía para ser exactos. Si estas lentes no fueran tan gordas, si esta pseudoceguera no fuera tan brutal, me gustaría quedarme leyendo horas. Drogar la mente con historias es una hazaña de librepensadores, y de locos. Si mis ojos fueran más fuertes yo también lo sería.

Ella salió a la pizarra. Tocaba exponer una nauseabunda interpretación sobre no se qué teoría de la comunicación. Tuve que atenderla porque la respeto y hasta a veces parece que la quiero. Cómo esclarecer luego el escalofrío que cruzó el puente entre ambos codos, por entre mis costillas inferiores.

Era mentira. No la quiero. Ella me rechazó. Es una buena excusa para no querer a nadie.

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